Marc Amorós, periodista y creativo audiovisual
La desinformación es un terremoto con magnitud suficiente para desestabilizar una sociedad que se pregunta constantemente si será verdad tanta mentira. Vivimos en la era de las fake news, un periodo en que profesionales sin escrúpulos y con muchos intereses económicos e ideológicos manipulan el material con el que se fabrican las noticias para alimentar el odio, polarizar a la sociedad y volverla desconfiada y descreída. Estos profesionales conforman una industria de la desinformación capaz de erosionar la democracia, socavar la confianza en las noticias y manipular nuestra opinión e influir en nuestra toma de decisiones.
Veamos dos ejemplos. En Filipinas, una década de desinformación sistemática logró construir un relato alternativo en favor de Ferdinand Bongbong Marcos, hijo del dictador que durante 21 años mantuvo un férreo régimen autocrático, corrupto e irrespetuoso con los derechos humanos que asesinó más de 3.200 personas, encarceló a más de 70.000 y sumió a la población filipina en la miseria mientras él y su familia se enriquecían. ¿Recordáis los 3000 zapatos de Imelda? Esa desinformación perseverante creó una falsa nostalgia de la dictadura en votantes que no la vivieron, blanqueó y mejoró la imagen de los Marcos, masacró a los oponentes políticos a base de fake news y aupó a BongBong Marcos a la presidencia con el 58% de los votos.
En enero de 2022, en Estados Unidos, todavía un 70% de los votantes republicanos sigue creyendo que hubo fraude en las elecciones perdidas por Trump en 2020. Su desinformación le permitió erigirse como víctima en lugar de perdedor y alentó un asalto ciudadano al Capitolio con el objetivo de no ratificar el resultado de las elecciones y poner en jaque a la mayor democracia del mundo en nombre de una falsedad intencionada.
La desinformación nunca es inocente y nos arruina la vida. En Europa, el 76 % de la gente cree que la proliferación de fake news es un peligro para la democracia y en España lo piensan ocho de cada diez personas. Al final de su libro dedicado al fascismo, Madeleine Albright formula una serie de preguntas para poder discernir entre líderes y personas filofascistas. Veamos cómo responden las fake news ante ellas. «¿Tratan de explotar nuestros prejuicios diciendo que las personas que no pertenecen a nuestra etnia, raza, partido o religión no son dignas de respeto?». Las fake news lo hacen. «¿Quieren alimentar nuestra indignación hacia los que creemos que nos han hecho algo malo, avivando nuestras quejas y nuestro afán de venganza?». Las fake news lo hacen. «¿Nos animan a despreciar las instituciones gubernamentales y el proceso electoral?». Las fake news lo hacen. «¿Tratan de socavar nuestra confianza en principios de la democracia tan importantes como la prensa libre y los jueces independientes?». Sí, las fake news lo hacen constantemente.
Maria Ressa, periodista y premio Nobel de la Paz, afirma que “atacar al periodismo es atacar a la democracia porque las fake news atacan a los hechos, y sin hechos no hay verdad”. El filósofo surcoreano Byung-Chul Hang va más allá y sostiene que lo que mantiene unida a la sociedad es la verdad y que “cuando la ideología se viste de verdad, la democracia cede terreno al totalitarismo”. Actualmente, las fake news supuran ideología porque, como argumenta Hang, “se utilizan como un medio para conseguir poder” a base de hacer afirmaciones que no guardan relación con los hechos. Las alarmas se encienden, según Hang, cuando una sociedad pierde la voluntad de verdad y socava la distinción entre verdad y mentira. Cuando esto ocurre “las mentiras informativas sustituyen el mundo real por otro ficticio dotándolo de un supuesto contexto fáctico basado en emociones y convicciones y, cuando éstas dominan el discurso político, la propia democracia está en peligro”.
“Sin verdad no existe la confianza”, apunta Ressa. Una sociedad desinformada es una sociedad desorientada, desconfiada y fragmentada donde la información circula desconectada de la realidad y se pierde la creencia en los hechos. Es evidente que tenemos más información que nunca pero la paradoja es que cuantas más informaciones distintas recibimos, mayor es la desconfianza. En Estados Unidos solo el 16% de la gente confía en los periódicos y apenas un 11% confía en las noticias de la televisión. Son los peores datos de los últimos 50 años. Es cierto que tenemos más información que nunca pero, como argumenta Hang, “ésta ha perdido su capacidad orientativa”. Las fake news nos están convirtiendo en una sociedad perdida y desconectada de la verdad y quizás también de la democracia. Como sostiene Ressa, “es vital reconstruir la confianza en la verdad de los hechos, porque, sin ella, no hay realidad compartida ni democracia y si no hay integridad en los hechos, ¿cómo puede haber integridad en las elecciones?”.
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