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Impacto de las restricciones de Estados Unidos (Parte 4)

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La evolución a la baja del mercado de semiconductores desde hace un año ha sido reflejo del exceso de pedidos de ordenadores y teléfonos inteligentes provocado por la pandemia, que provocó un aumento anormal de las ventas, pero también por las restricciones impuestas a China por el Gobierno de Estados Unidos para el libre comercio de chips avanzados, primero por el anterior presidente Donald Trump y ahora por el actual presidente Joe Biden, sobre todo con su ley de los chips (la US Chips Act) promulgada el pasado noviembre.

 

La US Chips Act estadounidense y la European Chip Act, esta última aún en curso de aprobación por la Unión Europea, tienen como objetivo principal que se fabriquen más chips en Estados Unidos y la Unión Europea, a base de conceder subvenciones y créditos blandos, y así conseguir un mayor autonomía en este mercado estratégico. Estados Unidos, además, ha prohibido que sus empresas, y las que utilizan en todo o en parte equipos de producción con patente estadounidense, vendan sus productos a China, en especial los de alto valor añadido, como los utilizados para fines militares o servidores de gran rendimiento y tareas de inteligencia artificial. Logró también que TSMC no suministrara chips a Huawei, aunque los había diseñado la empresa china.

 

Estados Unidos también impuso que las empresas que fabrican chips avanzados en China con patentes estadounidenses, como las americanas Intel o Micron pero también Samsung y SK Hynix, todas ellas con inmensos centros de producción de procesadores y memorias, no pudieran renovar sus equipos sujetos a patentes americanas después de un año de prórroga, que previsiblemente (aunque no confirmado) expira el próximo septiembre. Según el Financial Times, Estados Unidos seguirá prohibiendo que Samsung y SK Hynix vendan a China chips sofisticados, aunque la decisión aún no ha sido aprobada por el presidente Biden.

 

Se da la circunstancia de que China es el principal comprador de chips y de equipos de producción, tanto para consumo interno como para su exportación en forma de productos de electrónica terminados. La práctica totalidad de ordenadores y portátiles de HP y Dell, por ejemplo, son ensamblados en China y exportados al resto de mundo. Gran parte de las obleas fabricadas por TSMC en Taiwan son enviadas al continente chino para ser cortadas y encapsuladas en chips de Apple, Qualcomm, MediaTek o NVidia y ensamblados en smartphones de fabricantes chinos.

 

TSMC ha declarado que fabricar chips en Estados Unidos le sale el 30% más caro que en Taiwan, lo que es insostenible sin generosas subvenciones públicas de Estados Unidos. Desde un punto de vista estratégico, a TSMC le interesa deslocalizar parte de su producción fuera de Taiwan, sea en Estados Unidos o en Europa. Por eso ha construido una planta en Estados Unidos y probablemente aceptará hacerla también en Europa, aunque no le resulte especialmente rentable. Pero seguro que las plantas no serán las más avanzadas cuando finalmente se alcance el ritmo de producción masiva ni tampoco TSMC compartirá secretos productivos, como aspira Estados Unidos.

 

El problema es que el importe de las subvenciones para fabricar chips en Estados Unidos o Europa, un poco más de 50.000 millones de dólares en cada caso y a varios años vista, es una cantidad que no representa ni la mitad de la inversión anual que destinan TSMC o Samsung a plantas de producción de semiconductores, y que son imprescindibles para seguir la carrera tecnológica y liderar el mercado de chips altamente sofisticados.

 

La situación financiera actual de Intel es un síntoma de los problemas de la industria de los chips. Para seguir siendo competitiva en la carrera de los chips infinitesimales, la compañía debe construir plantas de producción de varias decenas de miles de millones de dólares y que tardan hasta cinco años en construirse. De momento, Intel tiene muy avanzada la renovación de su fábrica de Irlanda y la construcción del macrocomplejo de Ohio sigue su curso.

 

Pero las subvenciones a Intel sólo cubren una pequeña parte de la inversión necesaria, por muy elevadas que sean, mientras su capitalización bursátil se ha desplomado a 34 dólares la acción cuando era el doble hace dos años, en parte por las pérdidas del primer trimestre de 2.800 millones de dólares y la caída de facturación del 34% respecto un año antes que ha anunciado hace pocos días. Ante este panorama, los expertos son escépticos de que Intel pueda hacer frente a sus ambiciones fabriles, aún en el supuesto de que logre ponerse tecnológicamente a la par en un año con TSMC y Samsung, como ha asegurado repetidamente.

 

El vaivén del mercado también está afectando a Qualcomm, el fabricante estadounidense especializado en el diseño de procesadores para teléfonos inteligentes, y que se los fabrica TSMC. Qualcomm acaba de anunciar que sus ventas del último trimestre ha caído el 17% y sus beneficios el 42% respecto a doce meses antes, a causa de las menores ventas de teléfonos inteligentes en los últimos nueve meses.

 

Es previsible que los resultados de MediaTek, el gran competidor de Qualcomm en procesadores para smartphones y que también se los fabrica su compatriota TSMC, acusen un declive similar de las ventas. Los teléfonos inteligentes no solamente son cruciales para los beneficios de Apple sino que la evolución de las ventas mundiales, irremediablemente a la baja, tiene amplias repercusiones en todo el sector tecnológico.

 

El segundo semestre y sobre todo el año que viene serán decisivos para la evolución futura del mercado mundial de semiconductores y la posición competitiva de Europa, Estados Unidos, Corea del Sur, Taiwan, Japón y China en el sector en la segunda mitad de esta década. Sin que pueda olvidarse tampoco de la India, que quiere mayor un protagonismo tecnológico mundial y el tamaño de su mercado doméstico lo permite. Y todo con el telón de fondo de un conflicto entre Rusia y Ucrania al que no se le ve final.

 

 

Albert Cuesta, periodista especializado