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¿Podemos dotar de humanidad a la tecnología?

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Albert Cuesta, periodista

Ya antes de la adopción acelerada que la pandemia de Covid-19 provocó, la conectividad generalizada y la disponibilidad de dispositivos asequibles habían dado lugar a una presencia de la tecnología en nuestras vidas que hubiera sido impensable hace unas décadas. Tanto para trabajar, estudiar y consumir como para informarnos, entretenernos y comunicarnos, la tecnología no sólo canaliza ahora buena parte de nuestra actividad personal y profesional, sino que la transforma al incorporar nuevas posibilidades que no serían posibles sin ese componente tecnológico.

Este alto grado de penetración social -cuando menos, en las sociedades desarrolladas- hace que, así como millones de conductores desconocen del todo las interioridades mecánicas del vehículo que les transporta, la gran mayoría de los ciudadanos sean ajenos al funcionamiento de su smartphone, de su ordenador, de los servicios digitales en la nube que utilizan y de las redes que los interconectan. Lo que importa ya no es la tecnología en sí misma, sino lo que las personas hacemos con ella: quiero desplazarme de un lugar a otro, deseo consultar esta información, llevar a cabo ese trámite, adquirir aquel producto o servicio… y exijo hacerlo de una forma más rápida, cómoda y económica que antes.

En este sentido, si bien el universo digital ya es el único marco de referencia cotidiano para una parte creciente de la población, amplias capas de la misma todavía están en condiciones de comparar las experiencias analógicas tradicionales con las que la tecnología nos ha traído. Y es al comparar cuando se manifiesta la deshumanización: en unos casos, porque las operaciones que hacemos son completamente nuevas y, por lo tanto, nunca hubo un humano al otro lado; y en otros, porque la aplicación de la tecnología las ha despojado de la humanidad que pudieran tener.

Dado que el avance de la tecnología parece ya imparable, sería deseable que la supuesta deshumanización aportase, al menos, un saldo positivo. Por desgracia, no siempre es así. Los procesos de nueva creación son especialmente propensos a la intrusión mediante automatismos (bots) y a la aparición y difusión de desinformación (fakes), dos lacras que estaban mucho menos extendidas antes de la tecnología. Y en la digitalización de procesos existentes, a menudo comprobamos como añadirles una capa tecnológica sin revisarlos antes acaba haciéndolos más complejos, e incluso incomprensibles, para los ciudadanos que se enfrentan a ellos.

La clave está, con seguridad, en la respuesta a la pregunta que la Fundación Mobile World Capital Barcelona me formula: no sólo podemos dotar de humanidad a la tecnología, sino que debemos velar porque así se haga, a fin de evitar consecuencias nefastas. La aplicación de tecnología debería impulsar únicamente las mejoras en cuanto a eficiencia, equidad, supresión de brechas sociales, protección del medio ambiente y otros aspectos que afecten a la vida de los humanos, pero sólo éstos -apoyándose, sí, en la tecnología- son conscientes de que hacer algo sea tecnológicamente viable no implica que hacerlo sea lícito o ético.

Con esta orientación abordo la serie de entrevistas que la Fundación Mobile World Capital Barcelona me ha encomendado realizar a expertos humanos de prestigio con ocasión de su décimo aniversario. Será un honor ejercer de hilo conductor en este debate tan apasionante como trascendente, cuyas sucesivas entregas iremos publicando en esta misma página y difundiendo mediante las redes sociales. Les agradeceremos sus aportaciones.